Estando
en mi pueblo Bailadores en un día de evangelización. Pase con un compañero
seminarista por la cancha de futbol. Al llegar nos preguntan quiénes somos, qué
hacemos, por qué vestimos con ese traje negro con “cuadrito blanco”, etc.
Fuimos respondiendo a todas las preguntas con gran empatía, pero al decirles
que vivíamos en estado célibe no lo pudieron creer. Uno de los jóvenes me
preguntó entre risas: «¿De verdad ustedes no se casan? Es que yo no podría…» El
joven tenía mi edad. Yo le respondí: «Pues, yo pensaba lo mismo, pero ya ves
cómo es Dios, si te llama a esto es porque puedes»…
Esta historia ayuda a ilustrar la
situación en la que constantemente nos vemos interpelados: el celibato. Existen
malos ejemplos, es claro, los conocemos y son casos famosísimos, pero que
algunos sacerdotes no hayan podido vivir célibes no significa que el celibato
no resulte o no sea un camino de felicidad. Estoy convencido de que sí se puede
llevar a cabo cuando se es sacerdote por una llamada auténtica de Dios y una
respuesta coherente del hombre.
Quiero
compartirles 7 reflexiones tomadas de las enseñanzas de San Pablo que nos
pueden ayudar a comprender mejor el celibato sacerdotal. ¿Es vocación o una
imposición de la Iglesia? Espero se aclaren tus dudas.
1. «No
todos pueden hacer esto, sino solo a quienes Dios se lo concede» (Mateo 19, 11)
Creo que
el versículo es claro. No es una llamada universal sino individual y personal
que hace el mismo Dios a sus elegidos. Si todos fuésemos por vocación llamados
al celibato, no habrían matrimonios, ni familias, ni descendencia; por ello,
Dios ha reservado una porción de su grey para consagrarla y de estos
consagrados ha elegido una porción más pequeña para que sean sus ministros: los
sacerdotes. En el sacerdocio pasa lo mismo que en el matrimonio, podemos decir
que no todos pueden hacer esto, sino sólo a quienes Dios se lo concede. La
vocación, es decir, la llamada personal que hace Dios a sus hijos en un estado
de vida particular, es el camino que Él nos invita a recorrer sabiendo que es
lo mejor para nosotros. Es la vía donde sabe que seremos felices y podremos
alcanzar la plenitud.
2.
«Quien pueda poner esto en práctica que lo haga» (Mateo 19, 12)
Ya vimos
que no todos pueden, solo los llamados. Por eso es importante hacer un buen
discernimiento vocacional para ver con claridad si el sacerdocio es nuestra
vocación de vida o no. Si no se realiza un buen discernimiento después las
consecuencias se evidencian: infelicidad del sacerdote, búsqueda de recompensas
y satisfacciones inmediatas, una doble vida que implica tanto una infidelidad a
la vocación sacerdotal como a la persona con la que tiene una relación, etc.
«Quien puede poner esto en práctica que lo haga». Quien no, que siga
discerniendo su camino. A veces pueden pasar años antes de abrazar el plan de
Dios, para esto se necesita también una madurez humana, psicológica y afectiva
que ayuden al joven o al adulto a saber por dónde le llama Dios.
3. «Cada
uno tiene de Dios su propio don: unos de una manera, otros de otra» (1
Corintios 6, 7)
De
cierta forma ya lo hemos dicho. Es decir, Dios llama a cada uno a una vocación
diversa. Recuerdo que cuando entré a la vida religiosa comenzamos 38 jóvenes,
luego 15 pasamos al noviciado, 8 profesamos y actualmente quedamos 4. Es así la
vocación, Dios llama a algunos a este camino y a otros los lleva por otras
sendas. «Cada uno tiene de Dios su propio don: unos de una manera, otros de
otra». No significa que ser sacerdote sea mejor que casarse, ni casarse sea
mejor que ser sacerdote; significa que lo mejor es aquello a lo que Dios mismo
me ha llamado. En la Iglesia todos nosotros tenemos un lugar por designio de
Dios y unos son el complemento de los otros. Nos necesitamos unos a otros, Dios
nos ha llamado a vocaciones diversas para que podamos compartir y ayudarnos
mutuamente en el camino de santidad. Si lo vemos así, ¡es genial!
4. «Es
bueno que permanezcan como yo» (1 Corintios 6, 8)
San
Pablo dice explícitamente que es bueno permanecer como él, o sea, célibe. El
sacerdote tiene tantas cosas que hacer que le es difícil vivir una vida como la
de todo el mundo. Sale de un lado a otro, clases, charlas, retiros,
predicaciones, cursos, etc. Su vida es para los demás. Su entrega a Dios se
vierte en los necesitados, en los angustiados, en los afligidos, etc. No viven
para sí mismos sino para los demás, como dice el Señor: «El Hijo del Hombre no
ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en redención de muchos»
(Mateo 20, 28). Por eso es bueno para el sacerdote, ministro de Cristo,
permanecer como lo hizo san Pablo: libre de las preocupaciones familiares para
ocuparse de las cosas de Dios y de su Iglesia. Y, como todos sabemos, las cuestiones
por las que ocuparse en la Iglesia son muchas. Además, a todo quien ha dejado
padre, madre, casa, etc., Dios le promete el ciento por uno, entonces, ¡no
podemos quejarnos! Los sacerdotes, y los que nos preparamos para ello, tenemos
mucho para estar a agradecidos.
5. «La
llamada del Señor convierte en libre al esclavo» (1 Corintios 6, 22)
Aquí
podemos hablar de libertad. Así es, el sacerdote es un hombre completamente
libre porque así como es, completamente libre, ha dicho “sí” a una llamada de
Dios. Nadie puede obligar o coartar a otro a ser sacerdote, sino que la
decisión está en el mismo llamado. Por ende, si antes éramos esclavos de las
pasiones, de la concupiscencia, de las cosas materiales, de las riquezas y el
poder, ahora con la aceptación libre de la voluntad de Dios, dejamos de ser
esclavos para ser libres. Es cierto que el hombre puede rechazar la vocación,
porque es libre. Dios no te obliga de decir que “sí”, pero sí que te ayuda a
ver con claridad que este es tu camino. Eso es ser un Padre Bueno: guía por el
camino justo dejándote siempre la elección final. Esta decisión que se hace de
forma madura y bajo un discernimiento adecuado es el mejor camino que puedes
recorrer, es lo que Dios ha pensado para ti. Lo único que tienes que hacer es
descubrirlo.
6.
«Quiero que estén libres de preocupaciones» (1 Corintios 6, 33)
San
Pablo llevó una vida célibe sin mayores dificultades. Él mismo recomienda este
estilo de vida. Es cierto que el ajetreo de los viajes, el cansancio, las
travesías, las persecuciones, los discursos en las sinagogas, las declaraciones
públicas de fe, el encuentro con los paganos, las cartas enviadas a las
iglesias de alrededor, las discusiones con San Pedro, etc. no le permitieron
casarse ni cuidar de su familia, y es que ya tenía bastante labor con llevar la
gran familia de la Iglesia primitiva y dar a conocer la Palabra de Dios. Era,
como se dice hoy, un hombre 24/7, disponible a todas horas. Y eso es
precisamente lo que hace un sacerdote hoy: cuando alguien está enfermo, allí va
con los sacramentos; cuando hay un funeral, allí va también; si alguien se
arrepiente de sus pecados y quiere volver a Dios, es él quien le guía y en
nombre de Dios le perdona. La figura del sacerdote es importante y necesaria
para los fieles, ya que acerca los sacramentos y guía al pueblo de Dios por el
camino de santidad. Con razón algunos le llaman “la extensión de Jesucristo en
el mundo”.
7.
«Pienso que yo también tengo el Espíritu de Dios» (1 Corintios 7, 39)
Mirando
el celibato solo de un punto de vista carnal puede parecer imposible, pero
nosotros los cristianos nos sabemos guiados por el Espíritu Santo en nuestro
peregrinar por la tierra. No estamos solos, Jesús ha prometido que vendría el
Consolador a ayudarnos, y es así. El Espíritu Santo actúa aunque no nos demos
cuenta. Nos sostiene con su gracia, con ayuda a vencer las tentaciones, a salir
victoriosos en las batallas. Cualquiera que haya aceptado su vocación auténtica
de Dios puede considerarse estar asistido por el Espíritu Santo para llevar a
cumplimiento las obligaciones propias de su estado de vida. Cuando nos alejamos
de la mano misericordiosa de Dios es cuando vienen los problemas. Caímos y nos
ensusiamos cuando nuestro objetivo no es claro. Confiar en Dios Padre, en Dios
Hijo y en Dios Espíritu Santo es la clave de “exito” de toda vocación. Por eso
San Pablo decía con suma libertad: “yo también tengo el Espíritu Santo”, yo
también soy ayudado por Dios.
RECORDEMOS ESTAS PALABRAS DEL PAPA FRANCISCO:
«Vosotros,
seminaristas, religiosas, consagráis vuestro amor a Jesús, un amor grande; el
corazón es para Jesús, y esto nos lleva a hacer el voto de castidad, el voto de
celibato. Pero el voto de castidad y el voto de celibato no terminan en el
momento del voto, van adelante… Un camino que madura, madura, madura hacia la
paternidad pastoral, hacia la maternidad pastoral, y cuando un sacerdote no es
padre de su comunidad, cuando una religiosa no es madre de todos aquellos con
los que trabaja, se vuelve triste. Este es el problema. Por eso os digo: la
raíz de la tristeza en la vida pastoral está precisamente en la falta de
paternidad y maternidad, que viene de vivir mal esta consagración,que, en
cambio, nos debe llevar a la fecundidad. No se puede pensar en un sacerdote o
en una religiosa que no sean fecundos: ¡esto no es católico! ¡Esto no es
católico! Esta es la belleza de la consagración: es la alegría, la alegría»
(Papa Francisco en el “Encuentro con los seminaristas, los novicios y las
novicias”. Aula Pablo VI, 6 de julio de 2013).
Antes de
terminar quisiera agregar que cuando hablamos de sacerdocio hablamos de una
llamada personal de Dios, no de una profesión o trabajo que se elige. El hombre
célibe responde a este llamado y se entrega totalmente a Dios para ser su
ministro. Ciertamente este es un tema que se debe profundizar mucho más, para
ello podemos citar algunos documentos de la iglesia que serán de mucha ayuda:
+Encíclica
“Sacerdotalis Caelibatus” (1967)
+“El
celibato por el Reino de los cielos: su significado de acto de amor
esponsalicio”, Audiencia General del Papa Juan Pablo II (1982)
+Exhortación
apostólica postsinodal “Pastores dabo vobis” (1992)
+“La
lógica de la consagración en el celibato sacerdotal”, Audiencia General del
Papa Juan Pablo II (1993)
+
Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros (2013)
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JOSE
ALFONSO MORALES ROSALES