El sábado 24 de noviembre será recordado en la historia
del fútbol mundial por todas las razones equivocadas. Se suponía que debía ser
una final de la CONMEBOL Libertadores para el recuerdo, la última en formato
ida y vuelta. Al final terminó siendo un
día que debe llenarnos de tristeza y vergüenza a todos; algo que debe desatar
una profunda reflexión y una seria autocrítica en todos los estamentos, no solo
del fútbol, sino de la sociedad.
A pesar del acuerdo previo de fair play firmado por los
presidentes de ambos clubes finalistas y de todas las alertas emitidas desde
CONMEBOL a los responsables de la seguridad, el estadio y los alrededores
fueron escenario de una violencia irracional y aparentemente impune, hacia los
jugadores, el público, los niños y las familias que se acercaban pacíficamente,
las autoridades, los vecinos. Los acontecimientos vandálicos fueron penosos. La
barbarie que se ha venido apoderando de nuestro fútbol colocó muchas vidas en
riesgo.
Como presidente de CONMEBOL, puse mis mejores esfuerzos
para velar por la integridad de todos: desde los jugadores hasta el público que
esperó pacientemente que se resolvieran las penosas circunstancias ajenas al
espectáculo y a la responsabilidad de CONMEBOL. Convoqué a las autoridades de
ambos clubes, esperamos los informes médicos, revisamos los protocolos
institucionales y finalmente, de acuerdo con ambos presidentes, tomé las
decisiones para el bien de todos los involucrados.
En nombre de la CONMEBOL también es mi deber pedir
cuentas a los responsables de garantizar la seguridad del evento y el orden
público. Claramente fallaron los protocolos y las autoridades no estuvieron a
la altura de las circunstancias. Ahora, lo que les queda es accionar
inmediatamente para identificar, capturar y aplicar el rigor de la justicia a
quienes causaron tanto daño.
También hago un llamado a los dirigentes de River Plate y
Boca Juniors, a que entiendan que la responsabilidad que tienen en sus manos va
mucho más allá de solamente defender sus colores y los intereses de sus socios.
Ante todo, tienen una responsabilidad hacia el fútbol sudamericano, muchas
veces desvalorizado y criticado en nuestros países, pero apreciado en todo el
resto del mundo.
Lo mismo va para los medios de comunicación, a quienes
pido respeto, ecuanimidad y perspectiva en la cobertura para informar
correctamente al público, relatar los hechos, combatir la desinformación y
desenmascarar las visiones interesadas y las percepciones erróneas.
En la CONMEBOL que presido, el fútbol no se gana con
piedras ni agresiones. Lo ganan los jugadores en la cancha. Y más en Sudamérica
con la calidad de nuestros futbolistas. En la CONMEBOL que presido se juega
respetando al rival, teniendo el fair play como visión en la cancha, en las
gradas, en la dirigencia.
Finalmente, hago un llamado a que todos los actores del
fútbol sudamericano fijemos como prioridad y unamos esfuerzos para identificar,
entender y combatir las causas y los actos de violencia que manchan nuestro
fútbol. Hay mucho más en juego que un título deportivo. O todos los actores del
fútbol sudamericano nos unimos para acabar con la violencia, o la violencia se
encargará de acabar con el fútbol sudamericano.
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