Y Murio en la Selva


 un año de la partida al cielo del seminarista venezolano

EDUARDO ANDRÉS VÁSQUEZ

El Seminarista Eduardo Andrés Vásquez Lópes, de la Arquidiócesis de Barquisimeto- Venezuela, había aprobado el 2do año de Teología, un joven de 23 años de edad. Partió a la casa del Padre, durante las Misiones de seminaristas organizadas en la OMP, en la Gran Sabana (VICARIATO APOSTÓLICO DEL CARONI) el miércoles 15 de agosto de 2018, en la Solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen al cielo. Hoy se cumple un año de su partida a la eternidad.

La Gran Sabana, es uno de los lugares con más historia en nuestro país, también es considerado uno de los lugares más bellos del mundo. “Su  ubicación ofrece uno de los paisajes más inusuales en el mundo, con ríos, cascadas y quebradas, valles profundos y extensos, selvas impenetrables y sabanas que albergan un gran número y variedad de especies de plantas, una fauna diversa y los aislados de  mesas localmente conocido como tepuis”[1]

 A esa zona de misión, debido a la poca presencia de la Iglesia Católica en la zona, se dirigieron un grupo de 17 seminaristas y 3 sacerdotes procedentes de diversas diócesis del país, para llevar a cabo el III Campamento Misionero en el Vicariato Apostólico del Caroní, organizado por las Obras Misionales Pontificias (OMP). Teniendo como objetivo la evangelización y predicación de la Palabra de Dios en medio de las comunidades indígenas. 



El grupo de misioneros (sacerdotes y seminaristas) fueron recibidos calurosamente, en el pueblo de Santa Elena de Guiaren por el Excelentísimo Monseñor Felipe González, Vicario Apostólico del Caroní. Allí mismo se asignaron los lugares de misión de cada uno de los participantes. El joven Eduardo Andrés fue destinado a la comunidad de Roekén, en compañía de Douglas González, un seminarista nativo de esa comunidad indígena.

Ahora permítame citar un artículo, publicado en el Blogger de uno de los otros seminaristas participantes, Él narra cómo sucedieron los hechos: 

En la mañana del miércoles 15 de agosto, festejando la Solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María al Cielo en cuerpo y alma, Rubén Darío y yo nos dirigimos con un reducido número de niños y jóvenes de San Ignacio de Yuruaní a la Quebrada de Jaspe, un lugar turístico de belleza incomparable, después de disfrutar de aquella belleza natural, siendo las 12:00 p.m. decidimos regresar a la comunidad. Tuvimos que esperar durante una hora aproximadamente alguna cola, pues, en aquel lugar como en toda Venezuela, está muy dificultoso el traslado en trasporte público. Al llegar a San Ignacio de Yuruaní, la noticia más trágica nos esperaba, un seminarista había fallecido.

Esa mañana, Eduardo Andrés y Douglas, en compañía de algunos niños de la comunidad se dirigieron hacia un río donde trabajaban algunos mineros, Eduardo había manifestado que quería conocer “la mina” y antes de salir le expresó a la Capitana de la Comunidad: “Yo ya estoy listo, así me voy, cuando Dios disponga, cuando Dios llame yo ya estoy listo”, obviamente hacía referencia a su salida hacia la mina, pero esas palabras quedaron muy grabadas en la mente de la Capitana, quien después me lo contó con inquietud. Antes de partir, expresando su agotamiento por los días de misión dijo que dormiría como por tres días después de llegar de la mina.

El paseo empezó hacia las 10:00 a.m., siendo las 12:15 p.m. decidieron regresar. Al pasar por el río, Eduardo Andrés quiso darse una sumergida antes de ir a almorzar, Douglas se quedó con los niños en la orilla del río. Eduardo Andrés cruzó nadando por encima de un antiguo pozo minero, el cual tenía una profundidad aproximada de 9 metros. Douglas y los niños notaron algunos gritos de desesperación, vieron las manos de Eduardo Andrés salir por dos veces del agua, nunca pensaron que se estuviera ahogando. Rápidamente Douglas se lanzó a su rescate, pero todo esfuerzo fue inútil, Eduardo Andrés estaba en el fondo del pozo, era mediodía y la luz del sol lo iluminaba con un solo rayo, su cuerpo se distinguía en el fondo de aquel pozo de agua fría.

Rápidamente fueron en busca de ayuda, llegaron algunos hombres pero no lograron alcanzar la profundidad a la que se encontraba Eduardo Andrés. Tristemente, hacia las 12:45 p.m., un minero buen nadador logró sumergirse y sacó el cuerpo sin vida del joven seminarista. Fue trasladado hasta la casa comunal y allí fue vestido, aquella comunidad nunca olvidará esta escena tan penosa, un seminarista diocesano, murió en esa tierra de misión.

El cuerpo de Eduardo fue trasladado primero a hombros, luego en lancha y finalmente en un vehículo Toyota hasta el hospital de Santa Elena de Uairén, allí le esperábamos Rubén Darío y yo, estaba también Mons. Felipe González, quien no pudo disimular su profundo dolor por tan lamentable pérdida. Recibimos el cuerpo envuelto en una hamaca que le había sido obsequiada días antes por una persona de Roekén. Al día siguiente fue preparado y vestido con su sotana misionera, no quisimos revestirle el roquete para evitar que se manchase y le diera mal aspecto al cuerpo dentro del ataúd. La sotana que le identificó como seminarista admitido a las Sagradas Órdenes del Diaconado y Presbiterado fue la prenda gloriosa que se llevó a la tumba.

Antes de salir de Santa Elena de Uairén, por petición de Mons. Felipe, el cuerpo fue llevado a la Catedral, donde se tuvo una Misa por su eterno descanso, en las palabras de la homilía Mons. Felipe expresó que las aguas del bautismo que una vez habían sido derramadas sobre la cabeza de Eduardo ahora convertidas en las frías aguas de un río sabanero le habían sumergido para llevarlo a la eterna morada celestial.
A pesar de todos los esfuerzos que se hicieron para llevar a Eduardo Andrés a Barquisimeto en avión, su cuerpo fue trasladado por tierra hasta su ciudad natal, donde fue sepultado en la tarde del sábado 18 de agosto de 2018. La presencia de seminaristas, sacerdotes y fieles barquisimetanos fue de centenares, familiares, amigos y conocidos esperaron con angustia el cuerpo de Eduardo para darle cristiana sepultura.

Los indígenas pemones interpretaron aquella tragedia de la manera más cristiana posible, pues se oyó decir que la Virgen, en el día de su gloriosa Asunción al cielo no quiso subir sola, por eso se llevó consigo a nuestro hermano Eduardo Andrés Vásquez López, de 23 años de edad. Otros, un poco más míticos expresaron que la Gran Sabana se quedaba con el alma de aquella persona que le agradaba sobremanera[2].

        Qué difícil es expresar el dolor tan grande que se siente ver partir de este mundo a un servidor de Dios. Eduardo Andrés fue un joven alegre, misionero, servidor, animado cercano al Pueblo de Dios y con un entusiasmo juvenil característico de alguien que amaba lo que hacía. La música era su pasión, cuentan sus amigos que siempre se le veía acompañado de una guitarra o cualquier otro instrumento, “quien canta ora dos veces”[3].

La Gran Sabana, es tierra de misión que ha visto partir a muchos misioneros al cielo, en este caso esta tierra bendecida por Dios tampoco olvidará la tragedia.  A manera de perpetuar su memoria, la comunidad indígena de Roekén,  decidieron poner su nombre a la escuela.  Un hermoso gesto de los indígenas a la memoria de este servidor de Dios Eduardo Andrés.

Hoy a un año de su partida al cielo, este joven seminarista seguirá  cuidando y velando por los Seminaristas de toda Venezuela.

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José Alfonso morales rosales

Eudesjosea@gmail.com



[1] https://en.wikipedia.org/wiki/Gran_Sabana

[2] http://pedrogarciabarillas.blogspot.com/2018/08/un-seminarista-que-se-quedo-para.html?m=0

[3] Pensamiento de San Agustin de Hipona

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